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NAICO la hostelería que revivió con aromas caseros al pueblo de un solo habitante
ARGENTINA. 𝘱𝘰𝘳 @𝘭𝘦𝘢𝘯𝘥𝘳𝘰𝘷𝘦𝘴𝘤𝘰
Las calles de tierra y polvo de Naicó cuentan historias, las ruinas de este pueblo fantasma que algunos aseguran llegó a tener 1500 habitantes permanecen en pie como mudos testigos de un pasado de esplendor cuando el ferrocarril le daba vida a esta comunidad próspera que sufrió el éxodo de sus pobladores por razones que aún permanecen inciertas. En la actualidad vive un solo habitante que resiste al olvido y es testigo de un fenómeno asombroso: un viejo hotel restaurado por un matrimonio recibe turistas que vienen a desconectarse del mundo. “Estamos trabajando muy bien, por fin de semana vienen hasta 150 personas”, afirma Jesica Pundang a cargo de la Hostería y Restaurante Naicó.
“Queríamos tener un campo familiar, pero fue la gente la que nos empujó a hacer el hotel”, cuenta Pundang. No estaba en el plan, pero estaban llamados a volver a poner en el mapa a Naicó. “Vi el anuncio de la venta del campo por Internet”, recuerda Marcelo Altube. Luego de atravesar los solitarios 14 kilómetros que separan el pueblo de la ruta 35 los visitantes encuentran una postal melancólica, los restos del pueblo que aún quiere seguir en pie. En la soledad, el matrimonio restauró el hotel. No sabían que se convertirían en un destino deseado.
“Dejábamos la tranquera abierta y los fines de semana se llenaba de gente que venía a hacer asados o tomar mate”, dice Pundang. Era una señal, que se manifestó en 2017. Estaban trabajando y aparecieron unos jinetes. Les pidieron poder pasar al campo y hacer noche. La cabalgata significó un antes y después. “Les hice de comer y todos quedaron felices, desde ese día todo cambió”, afirma Pundang. La hostería nació oficialmente en febrero de 2018, la propuesta se basó en sencillas artes: descanso absoluto, protagonizar la vida rural y comer platos con carnes salvajes y recetas caseras. Sin vueltas. El matrimonio es el anfitrión y esto no puede dar mayor tranquilidad.
Hospedarse en un hotel –que es además un restaurante- dentro de un pueblo fantasma, la invitación es original y es muy difícil hallarla en otro lugar del país.
La propuesta atrae. El campo es de 1900, desde el casco se abre un ala con las habitaciones, todas muy cómodas con una vista privilegiada al valle de Naicó y al caldenal. Animales pastando, aves anidando en la arboleda. Una piscina, y todos los silencios habitados de la naturaleza. “Hay gente que sólo viene a caminar por el monte, otras a ver las estrellas, visitar las ruinas del pueblo, montar a caballo o simplemente a ver las estrellas a la noche”, cuenta Pundang. Las actividades incluyen a los niños, ellos pueden darle de comer a los caballos, alimentar con mamadera a los cabritos y recolectar huevos en el gallinero. La vida propia del campo.
La experiencia se enfoca en el descanso y la desconexión. Sin escalas, se pierde la noción del tiempo y la separación con el mundo es inmediata. La historia del matrimonio es inspiradora. “La idea fue hacer algo juntos”, dice Altube. Ella es empleada de comercio en Santa Rosa, a 46 kilómetros, y el un hombre de oficio, plomero y electricista. No desconocen el campo, desde la niñez lo asimilaron. “Lo hacemos todo nosotros”, agrega desde una de las sillas en el restaurante donde se produce la magia mayor. “Cocino como si lo hiciera para mi familia, pero también voy inventando algunas recetas con lo que tenemos”, dice Pundang. Lo que tienen es mucho y todo está entre los caldenes: La Pampa misma.
“Vienen a buscar cocina auténtica pampeana”, señala Altube. El matrimonio es un gran equipo. Tortas, budines, panes y flanes hechos con leche y huevos de la casa, las opciones dulces, pero lo salado es un mundo por explorar con paciencia y goce. La tabla de fiambres se plantea como una bandera de esta provincia en donde existe una sabiduría innata para hacer chacinados, quesos y conservas: escabeches de vizcacha, jabalí y cordero, salame de estos dos últimos más de ciervo, variedad de distintos quesos, mayonesa casera y una estrella indiscutida: el jamón crudo de cordero. Brillante, sabroso, con poca sal, es una obra consagrada. Las empanadas, con carne de todos estos animales.
“Nuestro cabrito a las finas hierbas es único porque tenemos cabras coloradas criadas a pasto”, afirma Pundang. Los corderos son de raza Pampinta y Texel. Los aromas de la Patagonia en su más pura definición y calidad. “Recibimos turistas todo el año”, cuenta Pundang. Mucha gente de Buenos Aires, pero también pampeanos que repiten la estadía dos veces al mes. Últimamente, aprovechando las bondades de su ubicación, grupos de meditación y yoga. Sólo hace falta despertarse y ver el valle, el molino, y los caldenes. Más La Pampa, imposible.
¿Cómo es estar en un pueblo fantasma? “Salimos a hacer caminatas con linterna a la noche”, anticipa Pundang. Antes de iniciar se cuentan las historias, algunas son misteriosas. En uno de los galpones ferroviarios se oyen cadenas arrastrándose por el piso. Un fenómeno enfoca la atención: una hamaca solitaria se mueve sola. Los ex habitantes que suelen hospedarse en la hostería cuentan de la presencia de una niña. Lejos del misterio, la caminata es increíble. Caminar por las calles de una ciudadela que supo ser de las más prósperas de La Pampa, en la más completa intimidad nocturna.
“Queda un solo habitante”, aclara Pundang. Un hombre de 60 años nacido y criado en Naicó, el único de esta condición que permaneció, inclaudicable, en su lugar en el mundo. Se lo puede ver por las calles de su pueblo. En su recuerdo queda aquellos años cuando había familias que proyectaban su futuro. Hoy, hay que imaginar cómo fue todo aquello. ¿Qué sucedió en Naicó?
Fue fundado en 1911, y se hizo como pueblo Ministro Lobos – Estación Naicó, a 1500 metros de esta, se levantó un poblado con alemanes del Volga, que convivieron con ranqueles. Hicieron sus casas con barro y paja. De todo esto no ha quedado nada. La localidad formal se diseñó alrededor de la estación. Capilla, almacén de ramos generales, hotel, carnicería, panadería, plaza, una capilla y las casas. De esto quedan las ruinas y mil historias.
El fin llegó en los años 30 con la crisis económica mundial, y paulatinamente con la disminución del servicio ferroviario. “El último boleto se vendió en 1976”, señala Pundang, quien además es guía de turismo, la única en el pueblo. Más allá de esta fecha, el pueblo se desdibujó, antes y mucho más después de la ausencia del tren, todos los vecinos emigraron y sólo quedó uno. Los memoriosos dicen que también ayudó al éxodo una cruel nevada de medio metro, otros, una plaga de langostas y aquellos que un sacerdote se llevó a los pocos habitantes que quedaron a fundar un pueblo en el Chaco. Esto es el pasado, el presente es prometedor.
“Nos va muy bien”, dice con entusiasmo Pundang. A pocos minutos de Santa Rosa se abre la tranquera de un mundo de pausas, reencuentros y aromas silvestres, caseros y puros. Nada detiene la felicidad en un lugar así. “Es una experiencia que no se olvida nunca”, concluye.
Desde Check In América, agradecemos a Leandro Vesco @𝘭𝘦𝘢𝘯𝘥𝘳𝘰𝘷𝘦𝘴𝘤𝘰
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