El Caldén (Prosopis Caldenia), es una especie del Género Prosopis exclusiva de Republica Argentina, regiones templadas y secas. El cual prospera en suelo arenoso y árido.

Si bien años atrás había algunos pocos en Buenos Aires, ya lamentablemente casi no quedan. El Parque Luro en la provincia de La Pampa, es quizás la Mayor Reserva Natural de Caldenes en el Mundo, con médanos, lagunas, flora y fauna del monte pampeano. El aplauso dentro de esta reserva se lo lleva uno llamado Matusalén, él es atracción de grandes y niños que quedan deslumbrados al ver su gran tamaño y robustez, pero más aun cuando con su permanencia demuestra la estabilidad ambiental a pesar del paso del tiempo. El Gran Matusalén varias veces centenario, increíblemente impresionante.

De su nombre toma la denominación El Monte del Caldenal. Allí él, por Pampeano, esbelto, excepcional, extraordinario, autóctono y endémico del centro de la Republica Argentina, es la especie dominante aunque también se encuentran otras con la que habita en armonía.
En los montes pampeanos encontramos Árboles como el Chañar, el Algarrobo. Arbustos como Piquillín, Cedrón del Monte, Molle Negro. Matas como Barba de Chivo, Margaritas, Amarga, Carqueja. Y Pastos como Cola de Zorro, Pasto Puna, entre otros.

El Caldén puede alcanzar los 12-15 metros de altura. Tiene hojas pequeñas y en sus ramas se encuentran espinas que pueden llegar a los 2.5 cm de largo.
El fruto del caldén es la chaucha. Es una legumbre que mide entre 10 y 15 centímetros de longitud por 5 a 8 milímetros de espesor. Cuando madura, tiene un color amarillento-anaranjado. En su interior tiene semillas (hasta 40 por chaucha) de un sabor dulzón.
El Caldén es un símbolo de la geografía cultural pampeana. Considerado Patrimonio Natural en La Pampa, está íntimamente ligado a la fisonomía y la historia de la provincia, y además es parte predominante es el Escudo Provincial de La Pampa.
Poetas, Escritores, Cantores y Artistas Aman su Caldén e inmortalizan a este en pos de la Cultura de La Pampa.
Los Caldenes
Agrupación de folclore Pampeano, interpretando: Milonga Baya de Julio Domínguez “El Bardino”, un poeta, músico y cantor Argentino, de la localidad de Algarrobo del Águila, departamento de Chical Co, provincia de La Pampa. (20/12/1933 – 11/02/2007)
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Marta Elena Cardoso
Nació en General Pico, La Pampa, el 3 de agosto de 1953. Autora y narradora infantil. Dedica gran parte de su obra a la literatura infantil-juvenil. Coordina talleres de socialización con la literatura (promoción de la lectura y narración oral) para niños, niñas, jóvenes, adultos y adultos mayores. Ha editado más de 40 libros. Es socia activa de la Academia Argentina de literatura infantil y juvenil, socia de la Sociedad argentina de escritores; SADE y del Grupo de Escritores Piquenses. Durante 12 años participó en política representando a su provincia: La Pampa; los cargos fueron: Diputada de la nación, Ministra de Bienestar Social de La Pampa y Diputada Provincial, en el año 2007 se retiró de la actividad política para dedicarse a la escritura creativa y narración oral. Entre otras actividades fue docente en colegios secundarios. Actualmente es jubilada y realiza voluntariados en bibliotecas populares en extensión bibliotecaria.
Cuento de Marta Elena Cardoso
LA NIÑA DE LOS CALDENES
Conocí a Ramón el día que crucé el Oeste en tiempos de pampa seca y viento amargo. El hombre caminaba por el filo de la ruta con los brazos ajados, hocicando el aliento como un perro que busca saciar su sed en cualquier charco. Ansiosa por llegar, me alentó ver al caminante. Acerqué mi auto y lo abordé: —Amigo, ¿me podría decir si este camino me lleva a la estancia de la aguada grande? —Siga la huellita nomás. Vaya tranquila, aunque… ¡guarda!, va a encontrar mucha tierra suelta y más abajo la arena le encerrará el auto. —Meneó la cabeza y apuntando al camino, acotó—. Yo voy pa’ allá.
Abrí la puerta, lo invité a subir y él se presentó: —Soy Ramón, pa’ lo que guste mandar.—Se alisó el pelo que lucía un tanto largo y revuelto—. ¿Tan joven y por estas soledades? —preguntó. —Voy a visitar a mis tíos, hace mucho que no los veo. Viajé bastante para llegar aquí. —¿Viene de Santa Rosa? —No, de Buenos Aires.
—¡Acabáramos, si es la Mariela!, sobrina de la María Eugenia. La que se jue de gurisa a estudiar a guenosjaires. Siempre se la nombra en la estancia. Le conté que era médica y que estaba estrenando auto nuevo. ¿A qué va usted a la estancia, Ramón? —pregunté. —Trabajo ahí. Soy pión.
Me miraba con asombro, luego se animó a decir: Me acuerdo de usté cuando andaba con los mocos sueltos, y la Juana la corría por el patio pa’ limpiarla. Lamentablemente mi memoria no llegaba a tanto. Era muy niña, entonces. Ellos, los dueños del campo, mis tutores, me habían internado en un pensionado de monjas, en Buenos Aires. No querían que regresara al campo hasta que me recibiera de “doctora”, y yo respeté a rajatabla esa decisión.
No fue fácil ser una niña huérfana y poco visitada. Detuve el coche, busqué dentro de mi cartera, saqué una fotografía vieja y se la tendí a Ramón. —¡Mire nomás qué linda! —exclamó—, como pa’ no acordarse. ¡La niña de los caldenes venía siendo usté! Igualita a la que está en el cuadro del comedor de la casa grande. —Y los caldenes… ¿están todavía? —Ajá, pero como son viejos, tienen el tronco más juerte, ahora. En esa foto eran chicones. Pasaron muchas secas. No sé si sabrá, niña, que se reproducen con las secas —remarcó—. Va a tener suerte, como no llueve, están amarillos, revientan de flores. Se protegen así y cargan mucha chaucha pa’l invierno, cuando no hay guenos pastos. Vea lo que le digo, niña, los caldenes son más sabios que un cristiano, se lo juro por esta. —Hizo una cruz con el índice y el pulgar y se lo llevó a los labios—. Con sus chauchas alimentan al ganado. Modo que tienen pa’ sostenerse en tiempos secos. Volví a poner el auto en marcha y retomé la huella. No obstante, mi curiosidad me impulsó a querer saber más y más. —¿Los caldenes son muy antiguos, Ramón? —¡Ajá!, y resistentes. Ellos eran los amos del monte, doña.
Todas las plantas que usté ve, toditas son de mucho antes que el hombre se apareciese. —Se quedó un rato en silencio y luego dijo—: El humano no respeta a la naturaleza. Vea, mire, le digo: cuando hay seca, las plantas del monte pampa aumentan la familia. Ni que se los hubiera mandado Mandinga, doña, se reproducen…, les nacen hijuelos por todos lados. Entonces atiné a plantearle algo que siempre me conmovió: —¿Usted cree que la naturaleza nos necesita, Ramón? —No, qué va…, la naturaleza no nos necesita… Ellos viven mejor cuando no se los molesta. Que no se le olvide, niña: se reproducen solos, pa’ preservar la especie.
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Patricia Verónica Lobos
Nació en el año 1972, un 26 de Diciembre, en Villa Mirasol egresó de la Universidad de La Pampa como profesora en nivel inicial, más tarde se licenció en educación Especial por la Universidad Nacional de Catamarca. Trabajó como docente de apoyo a la inclusión e intervino como conferenciante en universidades de Argentina, Brasil, , El Salvador y en los Centros Sociales, Colectivos, Ateneos, Bibliotecas. En marzo del 2017 fue convocada por el ministerio de educación de Guatemala para dictar talleres a docentes sobre prácticas innovadoras en el aula. Cuenta con una obra de más 20 títulos. Dentro de sus publicaciones se incluyen: “Cuento que suena a río”, declarado “De interés Legislativo” por la Cámara de Diputados de la provincia de La Pampa, Editorial: Del Naranjo (2018). Actualmente se encuentra trabajando en un nuevo proyecto literario relacionado con la recuperación de la poesía gauchesca en formato infantil, adaptando los cuentos clásicos y rescatando la idiosincrasia de la pampeanidad como así también la regionalización del lenguaje.
Poesía de Patricia Verónica Lobos
Ahí
donde llegan los ojos
el cielo se desparrama
en una noche que aplasta,
viento
sal
medanal
llanura
zampal
gualicho
huego.
En el idioma del monte
late el caldén
más viejo.
En sus entrañas
un kultrún,
cuántas cosas dice
en su tregua
embrujada,
la huella de cada camino
chorrea desde sus vainas
el galope
de los sin tiempo
las tormentas
el rezongo de las jarillas
el convierso
de las calandrias
un revoltijo de punas
que se enraíza en el alma
siempre estuvo ahí
acunando los sueños
sin dueños
resiste
lanza al aire un desafío
irrumpe
todo respira cielo
todo toma su forma
ramas
espinas
penetran en la calma
arde el miedo,
de lejos
el horizonte se revuelve,
su garganta
grita
por los de adentro
a los que dio cobijo
en la tierra
que caminan los que se dicen dueños
los que son sin sueños.
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Alicia Álvarez
Nació en Luan Toro, La Pampa, el 16/12/1967.Curso sus estudios en el I.P. de Bellas Artes, donde egreso como docente en Artes Visuales, continúo su formación asistiendo a talleres y clínicas de maestros y artistas provinciales y nacionales. Ha participado de muestras junto a otros artistas, sus pinturas inspiradas en su mayor parte de la naturaleza, especialmente en el paisaje pampeano. Actualmente ejerce la docencia en el nivel primario de educación y dicta talleres para jóvenes y adultos.
Cuadros de Alicia Álvarez

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Agradecemos a Gerardo Alainez, titular de GERA Audiovisuales, productor audiovisual de La Pampa que nos cedió el material fotográfico de los Caldenes pampeanos. Pueden ver sus trabajos en Facebook, Instagram y You Tube como Gera Audiovisuales.